Por Liza Medrano.-
Santo Domingo, República Dominicana – La violencia en las calles de Santo Domingo ha alcanzado niveles alarmantes, generando un clima de temor entre los ciudadanos.
Esta preocupación trasciende más allá de los atracos y se manifiesta en situaciones cotidianas, como la constante presencia de limpiavidrios en los semáforos.
Muchos conductores se sienten acosados por individuos que, pese a que el vidrio de sus vehículos está limpio, insisten en realizar tareas de limpieza, a menudo de forma agresiva.
La insistencia de estos limpiavidrios, quienes a veces recurren a la intimidación ante la negativa de los conductores, evidencia una problemática mayor de desorganización y falta de regulación en esta actividad.
La creciente tensión en estos espacios públicos no solo afecta la seguridad de los transeúntes, sino que también contribuye a un ambiente hostil que fomenta conflictos entre los mismos limpiavidrios.
A medida que las autoridades enfrentan el desafío de regular esta situación, se hace urgente la creación de programas que busquen integrar a estas personas en la economía formal, proporcionando oportunidades de empleo dignas y accesibles.
Es fundamental reflexionar sobre la realidad que viven muchos dominicanos, quienes se ven obligados a recurrir a prácticas cuestionables para sobrevivir en un contexto marcado por el aumento de precios en la canasta básica y el desempleo.
Este fenómeno no es exclusivo de aquellos que limpian vidrios; la sociedad en su conjunto se enfrenta a un estado de insatisfacción creciente.
Las noticias sobre robos y actos delictivos capturan la atención, pero es crucial cuestionar por qué se desatacan tales incidentes, mientras que las demandas de un mejor salario y condiciones de vida quedan en el olvido.
La cultura del aplauso hacia comportamientos que no dignifican a la sociedad debe ser reevaluada. La promoción de acciones que inapropiadas y poco constructivas en la esfera pública refleja una falta de valores que no solo afecta la imagen del país, sino que también perpetúa un ciclo de violencia y desesperación.
Es imperativo que se tomen medidas que no solo aborden la violencia en la vía pública, sino que también fomenten un entorno en el que las personas puedan vivir con dignidad y seguridad.
La transformación social y económica que necesita Santo Domingo no se logra de la noche a la mañana, pero sí puede comenzar a gestionarse con un enfoque concertado entre el gobierno, la sociedad civil y los sectores productivos.
Solo así se podrá crear un futuro con más oportunidades y menos violencia, donde todos los ciudadanos puedan prosperar.

